Viene de aquí: Miñan (III): El lío de los papeles.
Entrevista original -> Mugimendu bat zuri-beltzean (Un movimiento en blanco y negro).
Maddi Ane Txoperena: Has dicho, Amets, que la historia de Ibrahima rompió la «lógica de la mirada» que tenías sobre los migrantes. Porque él no quería venir a Europa, sino que partió en busca de su hermano. ¿Qué prejuicios tenías sobre los migrantes?
Amets Arzallus: Algo que Ibrahima dijo al principio hizo que mi lógica cambiara o se rompiera. Me dijo: «Estoy aquí, pero yo no quería venir a Europa». Y, claro, la lógica que tú ves en la motivación del viaje que hay tras un migrante es otra. Aunque pienses que cada uno trae su historia a cuestas, sus problemas, y que todos los caminos son distintos. Me di cuenta de que hay más diferencias de las que creía entre esos migrantes que metemos en el mismo saco. Caí en la cuenta de los nudos que puede haber detrás de los caminos de cada uno. Nudos, además, difíciles de soltar.
M.A.T.: ¿Y cuáles eran tus prejuicios con respecto a Europa, Ibrahima?
Ibrahima Balde: Antes de salir de casa, jamás había pensado en venir a Europa: lo que me empujó a venir a Europa fue encontrar a mi familia. No encontré aquello que busqué, y no resultó fácil explicar a mi madre que no encontré a mi hermano. Sé lo que sentirá mi madre, más que yo mismo. Puedo ir a cualquier sitio, pero no quiero encontrarme con mi madre para explicarle lo que jamás podré explicarle.
M.A.T.: ¿No sabías nada de Europa?
I. B.: Veía la tele, el fútbol y todo eso: nada más. Todo lo que yo quería era gestionar mi familia. Paso todo el tiempo pensando que tengo que hacer para ellos. Mi madre no tiene quien le ayude, salvo nosotros. [Y vuelve a llorar].
A. A.: Por ejemplo, ¿recomendarías a alguien de tu pueblo que viniera a Europa?
I. B.: Le diría que se quedara donde esté: que se busque la vida allí. Una persona no se sacia jamás, Amets. Hoy tienes dos casas, mañana necesitarás una mas. Si hoy tienes dos pares de zapatos, mañana querrás otro. Hay que contenerse. La vida que yo conocía antes no existe aquí. En África, en mi pueblo, hay familias que se pasan días sin poder preparar una pequeña olla para su prole. Aquí come todo el mundo; en nuestra tierra, no.
A. A.: ¿Y aún y todo le dirías que se quedara allí?
I. B.: Sí. La gente muere por el camino, Amets. Ahora vosotros ya me conocéis y habéis entendido mis historias porque no perdí la vida allí. Pero sobre las personas que han muerto por el camino… Nadie sabe cómo han pasado los últimos minutos de su vida.
Abrir las heridas
M.A.T.: Ibrahima sufre cuando cuenta. Tú también tuviste dudas, Amets: si le estabas o no ayudando. ¿Qué contradicciones has tenido?
A. A.: Es una contradicción que todavía sigue ahí. Ahora mismo, cuando cojo el libro, sé que no es fácil para él, porque es una herida que permanece abierta. Y mientras hacía el libro, era consciente de que lo ataba con una cadena. Y que también se exponía: siente pudor. Y vergüenza, porque la relación que cada uno tiene con su biografía es algo muy íntimo. Cuando estuvimos en Madrid, me dijo que llevaba el libro consigo, pero que no lo abría. Al mismo tiempo, mi motivación era darle algo de apoyo a Ibrahima, una ayuda, pero también difundir la sensibilidad con respecto a la causa. Creo que él también ha tenido ahí voluntad y fuerza para tirar hacia adelante.
M.A.T.: El libro lo firmáis los dos. ¿Lo tenías claro?
A. A.: Desde el principio, eso era algo muy importante para mí. Por un lado, mi intención ha sido desde siempre que la relación fuera lo más igual posible, aunque partamos de puntos de partida distintos: es algo muy difícil, casi imposible. Pero que al menos Ibrahima fuera considerado autor, con todo lo que ello quiere decir.
M.A.T.: ¿Por qué?
A. A.: No es una crónica periodística. Camina hacia lo literario y ese salto se lo debo a él: porque fue quien me mostró el estilo y el modo de narrar. Entonces, ahí ya hay muchas cosas. No es un regalo: creo que a él le corresponde tanto como a mí, sino más.
Literatura
M.A.T.: Aunque esté escrito, el libro es muy oral. ¿Cómo has logrado eso?
A. A.: Ibrahima tiene una forma de narrar oral y eso era, precisamente, uno de los puntos fuertes del estilo. Luego ha habido trabajo, complicaciones, juegos, hallar un lenguaje a su medida. Ese ha sido el lado bonito y creativo de toda esta historia, lo que me ha ayudado en este ejercicio. Porque la historia en sí es dura y no ha resultado fácil escuchar y escribir todo eso. Pero el encontrar un lenguaje a su medida sí que tiene un punto juguetón.
M.A.T.: Ibrahima, ¿eras consciente de esa capacidad?
I. B.: No. Era mi forma de hablar, pero no sabía que emocionaba. Antes que nada hace falta respeto: si escuchas lo que te dice alguien, quien habla se sentirá bien. No hay que hablar por hablar: hay que saber qué dices.
A. A.: ¿Hay tradición oral en tu país, no?
I. B.: En nuestra cultura es diferente. Por ejemplo, si una persona mayor que tú habla, no tienes derecho a atravesarlo: escuchas y, cuando ha terminado, entonces tú puedes hablar.
A. A.: Por ejemplo, ahí has dicho un verbo que me sirve para explicar lo que quiero decir. Yo no usaría el verbo atravesar ni en francés ni en euskera para decir que le has cortado a una persona mientras hablaba. Creo que es muy visual y que está muy bien dicho. ¿Se dice así en el idioma fula?
I. B.: Sí, así es.
A. A.: Me parece muy bonito; creo que hay algo poético tras la selección de esa palabra. No sé cómo lo haces, pero es algo poético que no había oído jamás.
M.A.T.: Amets, tú eres bertsolari. Ibrahima, ¿le has escuchado cantar alguna vez?
I. B.: Sí, sí.
M.A.T.: ¿Y qué te ha parecido?
I. B.: Magnífico [Amets sonríe]. Hay que saber enseñar a la gente lo que tú sabes. Creo que cada uno puede hacer algo. Por ejemplo, tú puedes saber algo que a mí no se me ocurriría jamás. Pero tú puedes hacer comprender que sí, que existe. Pero para saber de su existencia, tienes que pasar por esa vía.
M.A.T.: ¿Qué es para ti este libro?
I. B.: Es como una sorpresa: no me habría imaginado nunca algo así. No he escrito jamás una frase para que la lea alguien. Hoy es mucha la gente que lo ha leído, conocen mi historia… Yo no los conozco, pero ellos sí a mí [sonríe Amets]. Por ejemplo, el otro día estábamos en San Sebastián, en una manifestación, y vinieron a saludarme dos mujeres. ¡Tenían el libro! Pero no sabía nada de ellas. Al final de la manifestación, se acercó más gente y me saludó: «¡Ibrahima!». Y yo pensaba: «¿Por qué me saluda todo el mundo?».
M.A.T.: ¿Crees que puede cambiar algo gracias a este libro?
I. B.: No lo sé. Lo único que sé es lo que yo he vivido: todo es verdad.
A. A: Desgraciadamente, el mundo tira más a torcerse que a enderezarse. No creo que con un pequeño libro podamos cambiar ese eje, pero sí dejar al menos un testimonio del error.
M.A.T.: ¿Seguirá el movimiento (relación) entre vosotros?
I. B.: Conocí a Amets en Europa, no tiene mi mismo color, no hablamos el mismo idioma, pero, ¿sabes?, Amets es como un hermano para mí.
A. A.: Ahora es más difícil el movimiento, porque está en Madrid.
I. B.: Pero el teléfono funciona.
A. A.: [Sonriendo] Sí, sí, funciona mucho. Hablamos casi a diario. ¿El próximo curso lo harás en euskera? Poco a poco.
I. B.: [En euskara] Beti aurrera (Siempre para adelante).
Hasta aquí la entrevista. Os dejo El derecho de vivir en paz de Víctor Jara.