A comienzos de esta semana, se presentó la primera entrega de los Diarios de Chirbes en el Instituto Cervantes de Madrid. Silvia Sesé (directora editorial de Anagrama) condujo el acto dando los turnos de voz al resto de participantes: el periodista Manuel Rodríguez Rivero, Elena Cabezalí (patrona de la Fundación Rafael Chirbes) y Jorge Herralde (fundador y director de Anagrama).
Me gustó sobre todo la intervención de Elena Cabezalí.
Con la ayuda de la transcripción que ofrece Youtube, he pasado a escrito sus palabras. El título se lo he puesto atendiendo a lo que Elena dice al final de su intervención.
El tesoro de Rafael Chirbes
Empiezo con una cita del propio Rafa de su famosa entrevista con ABC del año 2013 («No hay riqueza inocente»): «Cuando yo me pongo a analizarme a mí mismo, no me entiendo si no entiendo mi tiempo. Y es que somos historia, es que no somos más que historia».
Yo quisiera adoptar ahora el mismo punto de vista para hablar hoy de los Diarios de Rafael Chirbes, que son los diarios de su peripecia vital, y que adquieren pleno sentido y se entienden en relación con el momento histórico y la sociedad en la que van siendo escritos. Cuando relacionamos las dos cosas, el acontecer histórico con los diarios, nos aparecen claves fundamentales para comprenderlos. Así que empiezo por este camino.
En 1981, Rafael Chirbes se instaló en Madrid tras su vuelta de Marruecos. Había traído terminada su novela Las fronteras de África, que quedó finalista en el Premio Sésamo, y cuya publicación le prometieron pero no se la publicaron nunca. En el 82 encuentra por fin un trabajo duradero en la revista Sobremesa y en los siguientes cuatro años reelabora la experiencia vivida en Marruecos para escribir Mimoun.
En 1984, cuando Chirbes comienza a escribir sus diarios, están sucediendo cosas muy importantes que sacuden su conciencia y su sensibilidad. La generación revolucionaria del 68, a la que Rafael pertenece, está sucumbiendo en la vorágine de la Transición. Hace tan solo siete años de la muerte de Franco y mucha gente cercana está situándose en el nuevo panorama político, social y económico del país. Chirbes vive en Madrid el triunfo del PSOE en las elecciones del 82 y asiste a un espectáculo desolador, porque su generación, que había luchado contra el franquismo por la democracia, el socialismo y hasta el comunismo, se derrumba en la Transición de la peor manera. Muchos compañeros de generación de todas las procedencias pasan a ser destacados dirigentes políticos, altos ejecutivos, creadores de opinión… A los ojos de Chirbes, y de algunos más, están actuando como cómplices necesarios de la que Chirbes llamaba la «traición de la Transición», que perpetúa a los poderosos del franquismo, crea una nueva alianza en el poder y vuelve a dejar a los de abajo en la cuneta. Desde las proclamas de Solchaga sobre el enriquecimiento fácil hasta la Movida madrileña, todo tiene entonces algo de exhibición obscena del poder, mientras se van desmontando los movimientos sociales y las crisis se suceden.
En ese ambiente termina Chirbes Mimoun y comienza a escribir estos diarios.
Está empezando a madurar lo que será el ciclo de sus novelas generacionales. O sea, En la lucha final, La buena letra, Los disparos del cazador, La larga marcha, La caída de Madrid y Los viejos amigos; todas escritas en la España de Felipe [González], Aznar y Zapatero, antes de 2005, fecha en la que acaba este volumen de los diarios. Porque los siguientes volúmenes que están por publicar son los de la época en que se gestan Crematorio y En la orilla, novelas que transcurren ya en la nueva sociedad, aparecidas tras el infausto terremoto en la sociedad del mercado, de la depredación y la corrupción sin límites, de las mafias internacionales asociadas a la especulación financiera, de la modernidad neoliberal y de la crisis.
Empieza estos diarios porque ha decidido ser escritor y sabe que cualquier novela requiere mucho trabajo previo. Practica en ellos la escritura y los usa como almacén de materiales para enriquecer lo que escribe, porque le angustia que se le escapen las situaciones, los momentos, la lengua y también sus propias experiencias y sentimientos. Él mismo nos dice que estos diarios le proporcionan diálogos, anécdotas, «rebanadas de vida» las llama él, las voces, los relatos, es decir, materiales con los que elaborar las novelas.
Este trabajo de tomar apuntes y ensayar la escritura no es nuevo para él, porque Chirbes lo hizo siempre. Siempre escribió, y siempre en secreto, al menos desde que yo le conocí en el año 67. Y también años antes, según atestigua alguno de sus compañeros de internado. Él siempre escribía, aunque ya sabemos que su mantra preferido era decir «no escribo, no hago nada». La novedad está en que decidió conservarlo por primera vez todo en cuadernos.
En los siete años transcurridos entre su vuelta de Marruecos en 1981 y 1988, en que se publica Mimoun, el ambiente de Madrid agota su paciencia, tanto por los círculos literarios y de relaciones en los que se ve atrapado como por el ambiente social asfixiante, la detestable Movida, el desengaño amoroso y la locura nocturna. En los diarios hay una descripción de la movida estupenda que dice: «La Movida, el cancaneo, Nacho Cano, Tino Casal, la legión de niños-niñas de crema pastelera, hombre lobo en París, no controles, bailando / me paso el día bailando/ la coctelera agitando».
En 1988 se va a Valverde de Burguillos, un pueblo de Badajoz. Se aísla y se impone la tarea de resistir con una voz propia dentro de su generación, la tarea de contar qué está pasando. Comienza a poner en pie su enmienda a la totalidad a su propia generación.
La memoria es débil y tendemos a olvidar, pero para comprender estos diarios es imprescindible recordar ahora que su literatura fue reconocida antes en Alemania que en España, y que en España durante los 80 y los 90, las novelas de Chirbes eran consideradas no sólo políticamente incorrectas, sino de poca calidad para el canon literario dominante entonces, cosa de la que hoy en día todavía se reflexiona poco. Eran tildadas las novelas de antiguas, de pesimistas e incluso algún crítico dijo que le recordaban a Gironella. Su punto de vista independiente resultaba incómodo a izquierda y a derecha por insumiso con los relatos dominantes. Claro que eran tiempos en que Galdós era calificado aún de ganbancero, y la memoria histórica era todavía, incluso en los foros de la izquierda, una cosa de mal gusto, propia de resentidos. Hasta en Valverde de Burguillos, en la Extremadura de Rodríguez Ibarra, le persiguió el dedo acusador del caciquismo local.
En este contexto, Chirbes hace una ímproba tarea de resistencia, escribiendo una novela detrás de otra, y en esa resistencia, los diarios son imprescindibles, le ayudan a mantener en soledad un esfuerzo de lectura, de escritura, de formación y de pensamiento. Le ayudan a mantener la lucidez durante 30 años.
Lo que comienza como cuadernos de apuntes, va creciendo. El universo de Chirbes les va dando forma y los personajes, las tramas, la literatura, la vida se cuelan por las rendijas. Para los estudiosos de su obra no será muy difícil encontrar aquí esbozos y retratos de personajes y contenidos de las novelas y los ensayos.
También los diarios registran el trabajo constante de aprendizaje de un autodidacta, porque él era un autodidacta, y un esfuerzo por estar inmerso en los debates sobre la cultura, la literatura, la política o la economía. Despliega para sus análisis y juicios una enorme cultura literaria, histórica, geográfica, artística… que vemos crecer a lo largo de los años en los diarios.
En este primer volumen que ahora se publica, vemos al escritor trabajando en la trastienda desde los 34 a los 56 años, poniendo todas sus energías al servicio de un trabajo que abarca la vida entera. Le vemos leyendo incansablemente, escribiendo sobre lo que lee, escribiendo sobre el cine que ve y ha visto, escribiendo sobre viajes, sobre relaciones con amantes y amigos, sobre política, sobre crítica de la escritura, escribiendo y escribiendo en un esfuerzo que siempre le parece poco.
En lo que escribe y en lo que no escribe, vemos qué cosas eran importantes para él y cuáles no. Por ejemplo, apenas nos habla de sus propios éxitos, de los elogios a su obra o de los premios recibidos, que simplemente no aparecen. No presume tampoco de los numerosos estudios o investigaciones sobre su obra. Él solía decir que «la huída de los halagos y la autoexigencia», de las que dan cuenta estos diarios, «eran limitaciones que le había impuesto la educación que los salesianos les daban a los hijos de los obreros para que aprendieran a callar, a encajar dificultades y a rendir en el trabajo. Una educación muy distinta», decía él, «de la que los jesuitas dan a los hijos de los ricos».
Algo habría de esto, pero es más cierto que esa modestia y esa exigencia en el esfuerzo formaban parte de su ética. Chirbes mantuvo siempre un fuerte impulso ético: creía en el trabajo por el bien común y puso empeño en ayudar a constituir una moral cívica de honda raíz republicana.
Estos diarios fueron para Chirbes una herramienta imprescindible de su resistencia, un escondite, un parapeto, una trinchera. Los escribe en un lugar apartado, donde lleva una vida sencilla, rodeado de personas de a pie, de la gente que le importa, lejos de los lugares del poder y de las comidillas en los círculos intelectuales. Desde allí construye y mantiene a contracorriente un punto de vista, un lugar desde el que mirar, desde el que acceder al conocimiento, un lugar cercano a los de abajo desde el que ver por los ojos de los vencidos. En sus propias palabras: «Intento mirar desde donde mira la gente que no tiene el poder sino que lo sufre, y retratar lo que se ve desde allí, y también retratar a quienes sí que tienen poder y hacen sufrir a los demás». Para desenmascarar su lenguaje falaz y contar eso, exige un esfuerzo de creación literaria, porque lo que cuentas y cómo lo cuentas, es lo mismo.
Termino ya diciendo que ninguna otra obra de Rafael Chirbes lleva tanto trabajo acumulado como estos diarios, que se fueron escribiendo, pasando a limpio y corrigiendo, lo que para él significaba quitar y quitar y quitar, durante 30 años hasta poco antes de su muerte con plena conciencia de que formaban parte de su obra literaria.
Conclusión: estos diarios son un tesoro.
Subido originalmente al blog Pedradas en las Voces Amigas de Javier Ortiz: «El tesoro de Rafael Chirbes», por Elena Cabezalí.