El sábado por la mañana leí esta entrevista publicada originalmente en euskera unos días antes en la revista Argia. Solamente voy a poner los temas: cáncer, agresiones sexuales de un totem de la cultura vasca (Patxi Ezkiaga) y finalmente algo de urbanismo.
Olatz Mercader (Zarautz, 1976). Estudió Derecho y trabaja como asesora municipal. Se ha dado a conocer por romper los tabúes sobre el cáncer y por denunciar los abusos sexuales sufridos a manos de Patxi Ezkiaga. Es capaz de reírse y de hacer reír con los dramas que le ha tocado vivir, sin olvidarnos de la capacidad transformadora que tienen las palabras; no habla por hablar.
Cáncer
Onintza Enbeita: Parece una broma, pero te has dado a conocer gracias al cáncer.
Olatz Mercader: Todo esto viene de que la madre de Julene Illarramendi murió como consecuencia de una metástasis de pecho, y le pareció que había muchos tabúes y zonas oscuras en torno al cáncer. Entonces, puso en marcha una asociación con Miren Cuerdo (nota de la traducción: la asociación se llama Izan Iñurri, ser hormiga en euskera). Cuando yo estaba calva sacaron el proyecto de los pañuelos solidarios, y me preguntaron si quería aparecer calva y con pañuelo. Nos juntamos en el torreón de Zarautz y aparecieron ambas con la fotógrafa Iratxe Etxeandia, una maquilladora…. No me miraban como la pobre Olatz que tenía cáncer; me miraban como se mira a una persona. Y pensé que quería participar en ese proyecto.
Onintza: Luego te hemos visto presentando los temas en las sesiones de bertso organizadas por la asociación Izan Inurri. Y siempre nos has presentado temas muy dramáticos (Nota del traductor: Onintza es bertsolari), pero siempre nos has hecho reír, tanto a nosotras (las bertsolaris) como al público.
Olatz: En la asociación siempre hemos dicho que la comedia es drama más tiempo. Lo que nos ha tocado vivir es un drama, pero nos reímos porque antes hemos llorado mucho, y porque para muchas de nosotras el humor ha sido una herramienta para sobrevivir.
Onintza: A muchas personas nos habéis cambiado la visión que teníamos del cáncer.
Olatz: En nuestra sociedad todas las cosas negativas son tabú: la muerte es un tabú, la enfermedad también lo es… Lo que nosotras decimos es que esto es parte de la vida. El relato del cáncer se ha construido con las personas que se han curado, pero, ¿qué sucede con esa mujer de 35 años que tiene metástasis y es madre de dos hijos? Vive, pero nuestra sociedad no quiere saber nada de ella. No es bonito: es un «marrón» descomunal. Pero tenemos que enfrentarnos a ese «marrón». A quienes tenemos cáncer se nos dice que nos disfracemos de personas sanas, ponte guapa y sé la que eras antes, pero las personas que están enfermas tiene la legitimidad de existir, de ser, y mientras estén vivas tienen que tener la posibilidad de vivir con todas las letras.
Onintza: Precisamente, uno de vuestros lemas es «vivir hasta morir».
Olatz: Yo reconozco que no me he drogado jamás hasta que empecé con la quimioterapia. No sé si como consecuencia de ello, pero tuve un momento clarividente: «Escuchad, estamos equivocadas, vamos siempre con el gancho puesto y esto no es vida, esto es pura supervivencia». Me quitaron las drogas, y he vuelto a mi día a día, pero la lógica capitalista nos lleva también a producir incluso en el tiempo de ocio: Zegama-Aizkorri, triatlones… y no. Ser y estar.
Onintza: Parece que necesitamos un golpe de realidad para darnos cuenta de que sólo estamos sobreviviendo, pero ¿después del golpe volvemos a ese estado de supervivencia?
Olatz: Sí y no. No vuelves al plano anterior. Tener que pasar una enfermedad como esta para conectar contigo misma es duro. Fíjate hasta que punto tienes que llegar para que la gente te dé la legitimidad de poder cuidarte a ti misma. Y tú piensas: «Esto tampoco estaría mal sin estar enferma».
Onintza: ¿Hasta qué punto es importante cambiar el discurso sobre el cáncer?
Olatz: El lenguaje bélico da asco. El cáncer son mis propias células: son células que han enfermado. ¿Contra qué tengo que luchar? ¿Contra mí misma? Además, ¿eso qué supone? ¿Que todas nuestras hermanas que han muerto han fracasado? A ver si pasamos de esa épica mezquina a una lírica bonita.
Onintza: En vuestro caso, no sé si es lírica, pero sí que habéis abierto un camino de lo personal a lo colectivo.
Olatz: Cuando tienes cáncer sientes culpa y miedo. La medicina tiene muy buena relación con las células cancerígenas, pero no tanto con las mujeres que tienen cáncer. Todas las personas necesitamos un colectivo que nos entienda y nos abrace. Hay que tomar decisiones complicadas: quitarse un pecho, reconstruirlo o no reconstruirlo, tomar un tratamiento, pasar de ese tratamiento… y es necesario tener un espacio seguro para hablar de todo ello en libertad y sin miedo a ser juzgada. Luego, las personas enfermas sufrimos las carencias del sistema. No por parte de las trabajadoras y de los trabajadores, porque por ese lado normalmente recibimos un trato bueno. Pero lees que Amancio Ortega ha hecho una donación, y que se invertirán 26 millones en una máquina de protonterapia, y piensas que quizá nosotras prefiramos una fisioterapeuta del suelo pélvico, o una sexóloga, o una psico-oncóloga, o una nutricionista. Sería muy bonito financiar el Tren de Alta Velocidad con el maratón de EITB y la investigación del cáncer y los recursos para las personas enfermas a través de nuestros impuestos. Esa es la utopía de las hormigas.
Onintza: De todas maneras, cuando en la sociedad hablamos de cáncer, no hablamos de sexólogas, nutricionistas, fisioterapeutas…
Olatz: En el discurso colectivo, la persona con cáncer está calva, se pasa todo el día vomitando. Hay momentos así, pero hay gente que ha aprobado oposiciones estando enferma de cáncer, o que se ha ido a Estocolmo a visitar a su hija que estaba allí de Erasmus. Y eso también es cáncer. Los tratamientos no acaban con la quimioterapia y la radioterapia. Luego vienen las inmunoterapias, las hormonoterapias… y los efectos secundarios son duros. Tras tres años y medio, yo misma estoy ahora a punto de dejar el tratamiento. Ha sido una decisión difícil, porque no quiero volver a enfermar, pero el tratamiento genera depresión, insomnio, falta de deseo… y yo no quiero ser una versión disminuida de mí misma.
Onintza: Sin embargo, teniendo la oportunidad de vivir, ¿para qué está el deseo?
Olatz: Yo quiero continuar viviendo con toda mi pasión y mis ganas de vivir. Lo que sucede es que nadie te plantea así las cosas, y tú necesitas coraje para explicarle eso a un profesional, y ese profesional te mira como si fueras una mujer sucia, y te dice si has probado con untarte Nivea del bote azul en la vagina. Más protonterapia, no, por favor: que haya financiación para sexólogas o para formar a estas personas y que sean capaces de dar respuestas adecuadas. Porque yo soy privilegiada y he podido financiarme muchos tratamientos, pero, ¿qué sucede con las mujeres que no tienen recursos?
Onintza: Cada vez que te escucho, pienso lo empoderada que estás.
Olatz: No, no. Como dice un tote bag muy conocido: aquí todas tenemos nuestros traumas y nuestras «movidas».
Patxi Ezkiaga
Onintza: ¿Hablamos de Patxi Ezkiaga?
Olatz: Sí.
Onintza: Nos ha pasado también a muchas personas que parecéis o parecemos fuertes.
Olatz: Escuchamos muchas veces Not all men (No todos los hombres), pero finalmente todos son hombres y, como consecuencia de ello, nos pasa a la mayoría de las mujeres. Por otra parte, hablé en la radio porque estaba enfadada. Siempre tenemos que salir nosotras a poner el cuerpo para hablar de cuestiones íntimas, pero deberíamos poner el foco en el sistema que ha permitido que durante treinta años ese hombre haya podido agredir sistemáticamente a mujeres. ¿Qué pasa cuándo se juntan los hombres y el poder? ¿Qué pasa en la cultura vasca?
Onintza: ¿Te parece que la cultura vasca ha enmudecido?
Olatz: Totalmente.
Onintza: Le he oído a muchas personas decir que no les ha sorprendido. Entonces, ¿por qué no ha pasado nada todos estos años?
Olatz: Hay una especie de omertá como en la mafia italiana, pero las vergüenzas, los orphidales y los trankimazines tienen que cambiar de bando. Los agresores deberían saber que las mujeres hablamos entre nosotras y que tenemos un disco duro enorme.
Onintza: Durante todos estos años, ¿has estado callada? ¿O has tenido algún espacio seguro donde poder hablar?
Olatz: Había muchas mujeres en la edad de la inocencia y ese hombre jugaba con esa ambivalencia. A mí me citó en su despacho y me pidió que me sentara en su regazo mientras tenía el pene fuera. Para entonces yo ya sabía qué buscaba aquel hombre, tenía 16 años, y no me lió. Elegía perfectamente sus víctimas, siempre chicas vulnerables. Nuestra madre tenía una depresión clínica, y yo pensaba que si le contaba aquello la remataría. Sin embargo, mi pareja me decía que se lo contara. Mi madre me respondió que nadie me creería, porque ese tipo era Dios, que lo pasaría mal, que me expulsarían del colegio y que, finalmente, tampoco me había pasado casi nada. Sí que tengo la pena de haberme callado en público. Mi silencio seguro que hizo que más de una chica pasara por las manos de ese cabrón. De todas maneras, sí que he hablado con las amigas, con mi pareja y con mis hijas. Ahora estoy contenta de que la gente sepa de una vez quién era ese hombre.
Onintza: Hay un momento en el que la persona que ha sido agredida tiene que aceptar que ha sufrido esa agresión.
Olatz: Ese momento es muy duro. Han pasado muchos años, eres madura, has hecho terapia, tu vida ha cambiado, pero hay muchas situaciones que te llevan a aquel momento. Como sociedad no tenemos articulado cuáles son las consecuencias de todo ello.
Onintza: Las palabras de tu madre son muy comunes: si no hay penetración, no es para tanto.
Olatz: A las mujeres hay que darles espacios seguros para que hablen. Nadie quiere reconocer que ha sido agredida, pero si no hablamos no sabremos identificar los ataques, y si no los identificamos, no sabremos qué necesita la víctima. Hay muchas víctimas de violencia sexual que tratan de suicidarse, que tienen anorexia, depresión… y no encuentran espacios para hablar sin ser juzgadas.
Onintza: Han salido muchas mujeres al hilo de las denuncias contra Patxi Ezkiaga. ¿Os habéis organizado entre vosotras?
Olatz: Sí. Las conexiones que han surgido son sanadoras, a pesar de que duelen las disculpas superficiales y el silencio.
Onintza: ¿Qué es lo más duro? ¿El silencio?
Olatz: Te sientes invisible. Envié un mensaje a La Salle, y la respuesta fue estereotipada; como si me hubieran respondido: «Muchas gracias por ponerte en contacto con el servicio de atención del Gobierno Vasco». No son capaces de enfrentarse a esta situación. Puede que lo hagan de buena fe, pero no es posible responder con estereotipos a una mujer que se ha desnudado.
Onintza: ¿Qué haría falta?
Olatz: En primer lugar, credibilidad. Recibimos mensajes en los que nos dicen que no tenemos pruebas, y mira, yo no necesito pruebas para creer. En segundo lugar, deberíamos analizar cuáles son esos mecanismos invisibles que protegen a estos supuestos hombres magníficos. Y en tercer lugar, necesitamos recursos especializados y económicos con un punto de vista feminista. Alguien supuestamente experto me preguntó si en mi caso hubo penetración. No sé si esa persona es capaz de ver lo inadecuado de esa pregunta. La gente ha gastado mucho dinero en terapias. Una mujer me dijo que fue incapaz de reír desde los 12 a los 22 años. ¿Cómo se repara eso? La reparación ha de ser personal y particular, y para ello la víctima tiene que sentirse escuchada, y que sus necesidades se vean cubiertas.
Onintza: ¿Los procesos actuales hacen dudar a la víctima sobre ella misma?
Olatz: Cuando nacimos nos pusieron la culpa y los pendientes, y si todas las estructuras van a proteger a ese hombre famoso, ¿quién se va a atrever? Por eso necesitamos hermanas que nos crean sin condiciones, y si hay algún que otro hermano, pues muy bien.
Onintza: Yo os creo.
Olatz: Se habla de denuncias falsas, pero cuántas hay verdaderas que están escondidas.
Onintza: Tras la agresión de Patxi Ezkiaga, perdiste tu afición a la literatura.
Olatz: Llegué a sentir asco del euskera, y no he leído en euskara hasta hace poco, además de que el ámbito cultural vasco me parecía un campo de nabos. El bertsolarismo también me parecía repugnante hasta que os conocí a vosotras.
Onintza: Bueno, pues me alegro.
Olatz: Gracias al trabajo maravilloso de muchas mujeres me estoy reconciliando con la cultura vasca.
Onintza: Después de todo, ¿merece la pena contarlo?
Olatz: Decía Audrey Lorde: “Mi silencio no me ha salvado, y tu silencio tampoco te salvará a ti». Cada vez que hablamos podemos pasar de ser una víctima a una agente por el cambio. Esa fuerza es invencible.
Onintza: Te hiciste conocida por el cáncer, también has salido a la palestra con Patxi Ezkiaga…
Olatz: Mis hijas me dicen que tenemos una vida muy random, pero que los vascos somos en general parapléjicos emocionales y que nosotras sí que contamos nuestra vida.
Urbanismo
Onintza: Ahora que dices random, tú eres abogada.
Olatz: Sí, trabajo en el ámbito urbanístico.
Onintza: Tu profesión tiene algo de paraplejia emocional…
Olatz: Tiene más de psicopatía que de paraplejia.
Onintza: ¿Se pueden cambiar los actuales modelos de urbanismo?
Olatz: El urbanismo del siglo XX ha consistido en construir carreteras para los coches y parcelas para edificar. Todo lo hacen hombres blancos con pito, heteros y ricos, pensando que todos tenemos coche y alguien que se ocupe de nuestros cuidados. A medida que han llegado otras miradas, las cosas han empezado a cambiar. Para poner realmente en práctica los cuidados, los espacios tienen que dar opciones. Han de diseñarse los pueblos y las ciudades conforme a las necesidades de las personas, y nuestras necesidades no consisten únicamente en despertarnos, ir a trabajar y volver a casa.
Onintza: Para la mayoría, los cuidados y el urbanismo están muy alejados.
Olatz: Porque se han pensado así. Sin embargo, hoy en día, si no hacemos un urbanismo que posibilite los cuidados, estamos haciendo un urbanismo mediocre y envejecido. Al mismo tiempo, sabemos que si el capitalismo ve negocio en los cuidados se meterá ahí a saco; por tanto, hay que colectivizar los cuidados y ponerlos en primera fila, pero ¡ojo!
Onintza: En todos los ámbitos en los que te hemos visto, tienes claro tu discurso y hacia dónde vas. ¿Todo es un campo de batalla?
Olatz: A veces tienes mucha fuerza, y otras veces no tanta. La gente te dice eso de «sal de tu zona de confort», pero hay veces que veo una zona de confort y voy allí de cabeza. Por tanto, lucha si puedes y lo necesitas, pero descansa para volver a luchar. Yo no entiendo la vida sin compromiso.