En mis pedradas ortizianas tenía la costumbre de traducir al castellano entrevistas o reportajes en euskera que me habían llamado la atención. Las puedes encontrar en la etiqueta traducciones.
Este viernes, camino del trabajo, me leí la entrevista de Xalba Ramirez al músico donostiarra Alberto Lizarralde. Veterano de la escena jazz y experimental del lugar, es más conocido por ser el fundador de la escuela Jazzle e impulsor del festival Plaza.
He de reconocer que me sonaba su nombre, pero que apenas lo conocía.
Xalba usa como excusa que Hegoa Diskak ha publicado recientemente un disco en vinilo con sus principales composiciones de la década 1984-1994. Se titula Haizetxe, el nombre del caserío de Zaldibia donde vivía entonces.
Es la segunda entrevista que traduzco de un músico al que Hegoa Diskak publica disco. En mayo de 2021 traduje la entrevista de Kepa Matxain a Ángel Katarain.
Os dejo con el diálogo de Xalba Ramirez con Alberto Lizarralde.
Alberto Lizarralde: «Si el «Bat-hiru» de Laboa se hubiera editado en Nueva York, sería un icono»
Hegoa Diskak
Xalba Ramirez (XR): ¿Por qué se puso en contacto contigo el sello Hegoa Diskak?
Alberto Lizarralde (AL): Mikel Acosta, el director, me escribió a través de mi página en Soundcloud. Me preguntó si tenía material inédito y le contesté que sí, que tenía muchos temas sin publicar. Comencé a subir música a Soundcloud en el año 2012, pero hasta entonces todo lo que había compuesto no estaba en ninguna parte. Me puse a buscar en los discos duros, y me encontré con un problema grave: no tenían nombre. Pista143 es una canción; pista742, aquí no hay nada… Y así me puse a escuchar centenares de grabaciones.
XR: Sería algo así como volver a descubrir tu música, ¿no?
AL: Tengo muy buena memoria musical, pero es cierto que algunas cosas me sorprendieron. Muchas otras sí que las recordaba, y poco a poco fui recordando otras cosas de aquella época. Hice una selección entre las composiciones con mejor sonido.
Por aquel entonces, si tenías suerte, grababas algo en un cuatro pistas y en una casete, y eso era el máster. Te comprabas una casete de cromo y podías hacer varias copias caseras para enseñarle a tus amigos más cercanos, pero no había más feedback.
XR: ¿Qué buscabas en el proceso creativo?
AL: Yo soy guitarrista, y siempre ha sido mi principal instrumento. La electrónica me ha gustado desde siempre, y tuve la oportunidad de comprarme un cuatro pistas para hacer collages sonoros. ¿Por qué? La creación es una especie de pasión, buscar con curiosidad. Aquel proceso creativo fue un aprendizaje, oía un sonido y trataba de acercarme a él. En cualquier tipo de canción, mi intención es recrear un ambiente.
A veces tenía objetivos imaginarios. Solía escuchar al compositor George Russell y traté de hacer una especie de suite. Un cuarteto de cuerdas, dos marimbas, dos flautas, un contrabajo… Me pasé varios meses tratando de crear una pieza de ese estilo.
XR: ¿Con cuántas canciones de aquella época te has encontrado?
AL: No sabría decirte… Entre 50 y 80. Algunas con un sonido muy malo, y muchas otras son simples bocetos o trozos de piezas. Algunas sí que estaban enteras.
Elegí unos 40 temas y se los envié a Mikel Acosta, porque yo quería que fuera él quien las seleccionara. En un disco es muy importante cómo se hace el montaje: lo ha hecho pensando en el vinilo, diferenciando la cara A de la B. El resultado es hermoso, porque ha conseguido que, a pesar de la diversidad de canciones, se escuchen con una cierta ligereza: las canciones compuestas para mis dos hijas son temas melódicos y pequeños, hay canciones rítmicas hechas con baterías no convencionales, o piezas tan etéreas como Haizetxean, gauez.
XR: Las canciones no tenían título y se los has puesto ahora. ¿Recuerdas por qué las compusiste?
AL: Sí, de algunas canciones me acordaba perfectamente. El tiempo ahí no tiene ninguna influencia. La primera, por ejemplo, es un tema popular, la cantó en nuestra casa una amiga de la familia, Trinido Karril. La grabé en una casete cuando yo tenía 15 años y no la había vuelto a escuchar. Llevo toda la vida con esta pieza, y me ha hecho mucha ilusión publicarla ahora.
XR: ¿Cómo era hacer música electrónica en la década de 1980?
AL: Para mí era la cosa más normal del mundo. Pero también es verdad que era una forma un tanto heterodoxa de hacer las cosas: por un lado, daba clases de música moderna y de jazz; por otro, tenía un compromiso político claro con HB (Herri Batasuna) en Zaldibia. Al mismo tiempo, mis intereses musicales se alejaban mucho del jazz. Cuando entraba en el estudio musical que había montado en casa (Haizetxe), creaba un espacio de libertad absoluta. Como he tenido la suerte o la desgracia de ser autodidacta, no había normas ni límites, únicamente mi oído.
XR: ¿En aquella época te encontraste con gente que tenía intereses parecidos a los tuyos?
AL: Sí, hubo una época en la que anduve tocando en directo, y alguna que otra canción aparece en algún disco: hice una colaboración en un disco de Imanol, hay otro tema en un disco de Amaia Zubiria y Pascal Gaigne… Pero las ganas de tocar en directo se me quitaron muy rápido.
XR: ¿Por qué?
AL: Para mi gusto, el sonido era muy malo y las condiciones para tocar no eran nada buenas: salías contento una de cada diez actuaciones. Y ese no era mi sitio. Más que como músico de directo, me veía como organizador sonoro. Estaba feliz cuando entraba a mi estudio. Volví a descubrir esta sensación cuando empezamos a hacer producciones discográficas en Jazzle. Entonces me dije: este es el trabajo de productor que me gusta.
Jazzle y Plaza
XR: ¿Cómo fue que creasteis Jazzle?
AL: El inicio fue algo normal: estábamos varios profesores de música y sentimos la necesidad de montar algo por nuestra cuenta. El proceso tuvo un mayor desarrollo cuando Sorkunde Idigoras y yo nos pusimos a dirigirlo: por un lado, clases de música y cursos específicos; por otro, producciones discográficas; finalmente, el festival Plaza. Fue un centro de creación.
XR: ¿Por qué se acabó?
AL: Todo tiene su tiempo y así lo decidimos. Yo acabé muy contento de lo que hicimos entonces, sobre todo, con la colección de discos Zirrara y las cuatro ediciones del festival Plaza.
Haizetxea
XR: Volviendo a Haizetxea, ¿pensaste alguna vez en publicar tus trabajos?
AL: Había gente cercana que me animaba. Pero siempre hubo un factor que me echaba para atrás. Editas un disco y consigues cubrir los gastos: las mezclas, el máster, las copias… 500 o 1.000 ejemplares. Publicas un trabajo y se pone a la venta en cuatro sitios, sale alguna pequeña noticia en tres medios y pasado un tiempo… consigues llegar a cuatro gatos.
Con internet la cosa ha cambiado: cuando empecé a subir mi música a Soundcloud, hubo gente de diversas partes del mundo que se puso en contacto conmigo. Incluso músicos a los que admiro.
La disquera Hegoa ha decidido editar mis trabajos desde Londres y, de repente, me he dado cuenta de que ahora está a la venta en Japón, Alemania, Polonia, Inglaterra y varios países más. Y me quedé de piedra cuando Mikel me dijo que se habían agotado las 200 copias disponibles en Londres, y cuando empiezo a leer críticas en diversos lugares del mundo… Ha conseguido despertar el interés de gente en muchos sitios.
Hemos conseguido salir de este pequeño espacio en el que nos movemos, y eso me hace mucha ilusión. ¡Mi nombre en la revista The Wire! ¿Con música compuesta hace 40 años? No me lo puedo creer…
XR: ¿Y te anima a hacer algo más?
AL: Si te digo la verdad, sí; veo oportunidades que no veía hasta ahora. Me hace mucha ilusión esa pequeña ventana que me ha abierto Hegoa Diskak. Ahora, con 66 años, tengo ganas de editar la música que tengo en Soundcloud.
La música en los 80
XR: ¿Cómo vivíais la música en vuestra época?
AL: Cuando tocabas en bares o cafeterías, normalmente se pagaba bien -al menos comparado con lo que sucedió después-, y tenías como mínimo seis conciertos al mes. El empeoramiento de las condiciones de los músicos ha sido algo tremendo. En aquella época, en San Sebastián había tres o cuatro sitios para tocar jazz: Guria, Etxekalte, Be Bop… era impresionante. Las figuras de hoy en día se foguearon entonces: Iñaki Salvador, Gonzalo Tejada, Sorkunde Idigoras y Josetxo Silguero, entre otros. Fue una época trepidante.
XR: ¿Y por qué se torció tanto?
AL: Porque el trabajo de los artistas no se valora nada. Sobre todo el de los músicos y el de los bailarines. En general, nosotros, como pueblo, cuidamos muy poco la cultura. En aquella época, fui a ver a Beñat Axiari a Villabona, y no éramos más de una decena de espectadores. ¡Beñat pasó muchos años hasta que pudo hacer un disco aquí! Para mí fue un auténtico flash ver a Urria en la Plaza de la Trinidad. Cuando hicimos el disco-homenaje a Iparragirre, me dijo que era la primera vez que le llamaban de Hegoalde (sur del País Vasco; Axiari es del norte) para un proyecto nuevo.
XR: Pero eso fue hace tres años.
AL: Eso es; para colaboraciones y demás sí, pero nunca se ha contado con él para crear un proyecto nuevo. ¡Y tiene casi 80 años! La creatividad se valora poco y apenas se invierte en cultura. Aunque nos engañamos, o nos quieran engañar, no es suficiente. La cultura no tiene que producir beneficios económicos, porque da otro tipo de beneficios. Desde 1980 para aquí, el tiempo avanza y la situación de los creadores no puede ser más precaria. Como pueblo, me parece un drama.
Los espacios de búsqueda y experimentación -no me gusta demasiado la palabra vanguardia- no producen beneficios, pero abren puertas.
Hegoalde / Iparralde
XR: Tienes siempre muy presente la relación entre el norte y el sur del País Vasco.
AL: Siempre me ha venido un aire fresco de los músicos que he conocido en Iparralde (norte del País Vasco). Conjugan tradición y contemporaneidad con mucha libertad. Para mí, esta es la combinación perfecta. Cuando organizamos el festival Plaza, teníamos muy claro que debíamos tender puentes con Iparralde. Aunque estamos cerca, parece hay miles de kilómetros de distancia. Me han llegado tres discos del grupo Haratago y del trío Habia, me parecen trabajos impresionantes. Y creo que no tienen el eco que merecen. O Michel Portal: ¡es de Baiona! Es conocido en el mundo entero, un gran músico, vasco. Pero aquí no es muy conocido, ha estado un par de veces en el Jazzaldia. Creo que le falta reconocimiento. Y me extraña.
También hay falta de reconocimiento a artistas que no son músicos. Por ejemplo, Joxean Artze; sí, es uno de los mayores poetas del país, pero, ¿realmente se le conoce? No creo.
XR: ¿Tiene que ver con la forma de consumir cultura?
AL: Sí, tiene que ver, pero también con la forma en la que se enseña la cultura. Ya sabemos qué es el consumo cultural: la cultura se consume como mercancía; si no hay rendimiento, no hay nada. En todos los festivales musicales esa es la primera valoración; no qué tal ha ido, si no cuánta gente ha ido. No me parece mal, pero llama la atención que esa sea la primera valoración.
En cuanto a la educación cultural, ahí sí que deberíamos hablar largo y tendido. Es un drama. En este punto tengo una visión antigua; y creo que es el punto de vista más moderno. Desde que yo aprendí, la música se enseña con una triste flauta de pico, y es desesperante ofrecerles a los críos solamente una triste flauta. ¿Por qué no se les dan otras opciones? La enseñanza musical en las escuelas es algo básico, porque ayuda a construir el cerebro de otra manera. La enseñanza musical es un chiste de mal gusto; es como aprender unos datos, pero sin disfrutar de la música.
Estos últimos años he estado trabajando en una librería, y llega un momento del curso en el que todos los críos y los adolescentes vienen a por los mismos libros, porque todos ellos los tienen que leer de manera obligatoria. Ese planteamiento es equivocado, y continúan enseñando un modelo que no funciona. Estamos a años luz de los modelos foráneos.
La cultura como problema
XR: ¿También te preocupa cómo se enseña la cultura vasca?
AL: La historia de Ez Dok Amairu, por ejemplo, siempre se cuenta igual: Mikel Laboa estuvo con Els Setze Jutges, con Atahualpa Yupanqui, etcétera. Pero, en esa misma época, en San Sebastián había gente que hacía rock & roll, gente que imitaba a The Beatles y a The Animals y hacía blues. Eso también era cultura vasca, y creaba ambiente. Para mí, conocer a los 15 años al grupo de rock Brakaman fue algo impresionante. Eran donostiarras, y hacían rock en la década de 1960. Tenemos una visión muy reducida sobre lo que es nuestra cultura y lo que debe ser.
XR: Parece que no hubo nada más allá de Ez Dok Amairu y del RRV.
AL: Tiene mucho que ver con lo que he dicho antes: el disco Egun argi hartan de Pascal y Amaia es una maravilla, es música tradicional, con arreglos y músicos sobresalientes. Se publicó hace 40 años y entonces pasó desapercibido. Han tenido que reeditarlo ahora. Hay algo que nos tiene que hacer pensar: si tienes una productora, debes tener dos líneas de trabajo; en primer lugar, tienes el marco de distribución vasco, y tienes que llegar ahí. Pero otra parte importante del trabajo consiste en salir fuera; simplemente para sobrevivir.
Por ejemplo, el caso de Islandia: es una isla pequeña perdida en el norte, un lugar donde viven cuatro gatos. Tres de los cuales saben de música y dos son músicos. ¿Por qué? Están Björk y Sigur Rós más una red de distribución impresionante. Aunque cantan en inglés e islandés, como su mercado es muy pequeño, la única manera de sobrevivir es salir al exterior.
El caso de Irlanda; hace unos años lanzaron una pregunta, «¿cuál es nuestra riqueza? La música, tenemos decenas de músicos».
Aquí han sido pocos los grupos que han tenido la oportunidad de salir. Para tocar, bueno, pero la distribución de nuestros trabajos es fundamental, y las distribuidoras deberían apostar por ello. Yo siempre digo lo mismo: si el disco Bat-Hiru de Mikel Laboa se hubiera editado en Nueva York, Bat-Hiru sería un icono mundial; estoy seguro de ello. Debemos tener claro que como pueblo no estamos haciendo las cosas bien, y que llevamos así décadas. En gran medida, por no tener las cosas claras y trabajar a ciegas.
XR: Entonces, ¿cuál es el fallo?
AL: Preguntas y premisas erróneas: «Esto se vende, y esto no se vende», decían. Cuando las preguntas deberían ser: «¿Dónde se vende esto? ¿Por qué no se vende esto? ¿Y dónde se puede vender?». Porque, si en el caso del famoso Akelarre Sorta, un trabajo que fue muy arriesgado, se hubiera pensado un ámbito de distribución exterior, podría haber tenido mucho éxito. Como sucedió años después [hoy, los originales se venden en Internet por 500 euros].
Cuando Axiari sacó el primer trabajo con Elkar pudo haber tenido bastante eco en Europa, quizá no en el País Vasco, porque tenía un público muy reducido. ¿Cuánta gente compra música jazz en el País Vasco? Cuatro gatos. ¿Y en España y Francia? Pues también son cuatro gatos, pero proporcionalmente son más. Cuatro, más cuatro, más cuatro… Esa mirada equina no ha sido nada conveniente: no ha sido conveniente pensar que la música vasca solamente podría interesar a los vascos. Tenemos que salir al exterior, y hemos de hacerlo lo más posible.
Pienso lo mismo respecto a la literatura. Solamente hay traducidos dos libros de Joxean Artze. Uno al francés, otro, Oihana Auhenka, a castellano y francés. ¡Es su único libro en castellano! ¿Por qué no se traduce? ¿Qué necesitamos para que se traduzca? De fuera para aquí, y de aquí hacia fuera. ¿Por qué una gran parte del País Vasco no puede leer a un poeta vasco? Pasan los años y no hay cambios en la política cultural. ¿Qué pasa? ¿Es purismo? Me he hecho miles de preguntas sobre qué es la cultura vasca. Yo siempre he andado a medio camino de todo y es una pregunta que hago constantemente.