Yoli maitea, apunte hau euskaraz.
Actualización del 5 de marzo de 2021: este texto lo publiqué aquí el 28 de octubre de 2020. Entre otras cosas, porque quería que ella lo leyera. Porque me cuesta decirle a la gente que quiero lo mucho que me importa.
ELA. Siglas de la esclerosis lateral amiotrófica.
Pena, pero Yoli Rodrigo ya no está entre nosotros. Los papeles dirán que ha muerto hoy, pero ¿cuándo murió Yoli?
Mañana sábado será el día en el que la despidamos.
Esta semana he ido a su perfil de Facebook y le he robado la foto de la persona que yo conocí. Hoy añado la canción Mujer frontera de Clara Peya.
Yolanda Rodrigo Gozalo, in memoriam.
Texto publicado el 28 de octubre de 2020.
Hace unas semanas que los médicos le han dicho a nuestra amiga Yoli que tiene ELA. Las personas cercanas estamos todavía digiriendo la mala nueva. Ella, en cambio, se muestra fuerte. «La Yoli que conocistéis está muerta. Ahora soy otra».
Conocí a Yoli a comienzos de la década de 1990. Por tanto, han pasado ya unos cuantos años.
Recuerdo que, por entonces, un día fuimos a tomar un trago a Hondarribia. No se animó nadie más y nos fuimos los dos solos. Aparqué el coche en una plaza de la Parte Vieja, tomamos un par de tragos en otros tantos bares y nos volvimos para casa. Era un día de entresemana. Primavera u otoño. Hacía buen tiempo.
Cuando nos acercamos al coche, la Guardia Municipal de Hondarribia le había puesto un cepo. Estábamos cerca del Ayuntamiento y nos dirigimos a las dependencias municipales. No me di cuenta (sí, así fue) que había aparcado encima de una plaza para personas minusválidas. Pagué la multa correspondiente y agur, ben hur.
Seguro que algún vecino o vecina se acordó de mí aquel día cuando trató de aparcar y no pudo. Mi memoria me dice que me di cuenta de que había metido la pata, pero vete tú a saber. Guardamos los recuerdos que nos favorecen y siempre salimos guapos en las fotos.
Hoy, la persona que podría necesitar la plaza de minusválido podría ser perfectamente Yoli.
Este pasado mes de junio, la cuadrilla de Irun nos juntamos por un funeral. Allí fue la última vez que estuve con Yoli.
Nos sentamos en una terraza de la Plaza Ensanche de Irun para comernos un bocata, beber un par de potes y hablar de nuestras cosas.
En un momento dado, Yoli se levantó para ir al baño e hizo un movimiento extraño. Le pregunté qué le pasaba. Me dijo, nos contó, que tenía problemas de movilidad desde abril. Le pregunté que qué le habían dicho los médicos. Que estaba esperando resultados tras acudir al médico de familia, ella. Le dije, le dijimos, que se fuera a urgencias. Ella que no, que las cosas necesitaban su tiempo.
Las cosas siguieron su camino y cuando volví a hablar con ella, pongamos que fuera agosto, me dijo que tenía una enfermedad rara. Que el diagnóstico no era totalmente seguro, pero que todo los indicios apuntaban a ello. Que podría necesitar un par de años para recuperarse lentamente, pero que le habían dado muchas esperanzas. Tendré que decir que me alegré, aunque fui consciente de la situación.
A finales de septiembre o principios de octubre, volví a mandarle un mensaje y me respondió que las cosas en vez de mejorar habían empeorado.
Pensé llamarle a Jun (una buena amiga de Yoli), pero fue esta quien se me adelantó. Me dijo que aquel mismo día le habían dado el peor diagnóstico posible. No habían pasado ni siquiera tres horas cuando recibimos un mensaje de la propia Yoli en el WhatsApp de la cuadrilla.
He mirado la fecha ahora mismo: 8 de octubre. Nos dijo que le habían dado el peor diagnóstico, que sabía que estábamos cerca, pero que, por favor, no la llamáramos por teléfono.
Todavía no la he llamado.
Aquel mismo día comencé a mirar cosas en la red. En el Estado español son 4.000 los casos activos. ¡Joder! Hay 4.000 casos y le tiene que tocar a alguien cercano, eso fue lo primero que se me pasó por la cabeza.
No tardó mucho en venirme otra cosa que me dijo Mariano Ferrer la última vez que hablé con él. «Al principio, me pregunté ¿por qué a mí?. Pero estaba equivocado: ¿y por qué no a mí?». Porque esa es la cuestión clave. Que no somos super(wo)manes. Le puede pasar a cualquiera.
Este mismo verano hizo público el mismo diagnóstico Juan Carlos Unzué.
El 9 de octubre me encontré con Jordi Sabaté Pons. Le diagnosticaron la enfermedad tres años antes. Citarle así y recibir una contestación tan emotiva en tan poco tiempo… qué queréis que os diga. Me emocionó, pero me dejó también por los suelos.
Por los suelos, porque te empequeñecen. Mucho. Y más en estos tiempos en que no paramos de mirarnos continuamente el ombligo (o el pito, si puedes).
Las personas más cercanas a Yoli ahora mismo son su pareja (Lici), su hermano Javi y su madre. Sin olvidarnos de algunas amigas de la infancia.
A Lici lo conocimos hace unos pocos años, cuando Yoli nos lo presentó. Nacido en un pequeño pueblo de Portugal, es una persona de los pies a la cabeza. Una amiga me dijo, algo que corroboro, que es la persona ideal que te gustaría tener cerca en una situación como esta.
Dejo por aquí un enlace a ADELA Euskal Herria.
Le mando un beso gordo a Yoli. Y otro para ustedes-vosotros.
P.S. A veces pienso que estamos reaccionando como auténticos críos ante la crisis de la Covid. Anteayer, por ejemplo, me vino a la cabeza Luis Ortiz Alfau. Murió en marzo de 2019 a los 102 años. Hoy me he acordado de Maravillas y Josefina Lamberto. Tenemos cerca personas ejemplares. Fijémonos en ellas para tirar hacia adelante.
Subido originalmente al blog Pedradas en las Voces Amigas de Javier Ortiz: Querida Yoli.
Jo Iturri, lo lamento por tu amiga.
Un gran abrazo para Yoli y mucha fuerza!!
Moltes gràcies, Marieta.
No. Ay, no.
Conocí a Yoli hace 35 años: coincidieron su cole y el mío en un hotel de Granada y nos intercambiamos direcciones, después cartas, llegada la juventud confidencias de primeros amores; a este lado del mapa perdí a mi padre y viajé a Torrevieja donde conocí al suyo, José, a su madre M.Carmen (qué pareja más bonica en todo), a Javi; ellos perdieron a José y nos visitaron otra vez, contrapusimos Behobia y nuestro barrio murciano, compartimos cervezas y abrazos y nos despedimos para siempre porque perdimos el contacto entre tanta mudanza y tanto lustro. Todo esto sin puntos, como me sale un suspiro en este momento. …Y ahora te busco (otra vez, Yoli) porque de nuevo pasaré por vuestra Euskadi. Y sí que te encuentro. Pongo tu nombre y tus apellidos y apareces en una esquela. Joder. Es madrugada. Has estado enferma. Por fin dí contigo. Me cuenta tu amigo que ya no estás y tu esquela que tienes un sobrino y que tu madre sobrevive al dolor. Lo siento tanto…
No sé si a sus amigos os puedo pedir su dirección de Facebook, alguna foto que me diga cómo era Yoli adulta (nos despedimos a los veinticuatro), una anécdota en la que la esté sonriente, alta, atlética, con el pelo cortado a trasquilones como si viviera en un bosque; así mismo es en mi recuerdo.
Os abrazo a tod@s y pongo en el centro a Lici y a su familia. Es un abrazo de tantos brazos…