El otro día leí una entrevista de Kepa Matxain a Ángel Katarain en la revista Argia y pensé que era buen momento para retomar la costumbre de subir entrevistas ajenas originalmente publicadas en euskera.
Me puse en contacto con Kepa y le pregunté si algún medio iba a publicar la versión en castellano. Me contestó que no. Añadió que tenía la entrevista en bruto en castellano. Y me la mandó.
He corregido algunas cosas y añadido enlaces.
Habla de música, de los años de plomo, de su hermana Yoyes, de pasado, de presente y de futuro.
Agradezco a Kepa su generosidad. La entrevista es muy buena.
Muchas gracias también a Katarain por desnudarse así.
Poneos su música y leedla con calma.
Allá va.
Ángel Katarain: «Estaba rodeado de sonidos, y era imposible no hacer canciones»
Ángel Katarain es un conocido técnico de sonido, pero pocos sabían que cuando todos se marchaban del estudio IZ él se quedaba allí, experimentando con los instrumentos que encontraba. Entre 1983 y 1993 grabó 42 canciones que evocan ambientes coldwave y postpunk –piezas únicas y muy dispares a lo que se hacía entonces en el contexto vasco–. Como la promoción siempre le ha molestado, las ha tenido a la sombra durante muchos años, enseñándolas sólo a amigos y allegados –y después subidas a una dirección de bandcamp–. Ahora, el nuevo sello Hegoa Diskak ha reeditado una selección de esas canciones, y con la excusa nos hemos reunido con él en la plaza de Ordizia. La conversación musical nos ha llevado al ambiente político de la época, y así han salido a colación las continuas detenciones, las escapadas a las cuevas, el asesinato de su hermana Yoyes y otras cuestiones.
Crédito de la fotografía: Ángel Katarain.
No le gustan demasiado los medios de comunicación a Ángel Katarain (Ordizia, 1961). «Por cuestiones relacionadas con mi hermana, la prensa sensacionalista ha estado a menudo dando vueltas por aquí y al final acabas odiando a quien no lo merece». Sin embargo, no ha rechazado la propuesta. «No rechazo nunca un café con personas que deseen charlar motivadas por la palabra, la cultura o la ciencia. Si vienes a la plaza de Ordizia con la grabadora, hablamos, y si sale algo que merezca la pena, lo publicas». Katarain ha crecido entre cacharros. A los 12 años era capaz de construir un equipo de altavoces con la ayuda de su abuelo carpintero. Luego, de la mano de Fernando Unsain, comenzó en los estudios IZ como técnico de sonido. Participó en la creación de M-ak con su íntimo amigo Kaki Arkarazo –posteriormente se reencontrarían en el proyecto Matxinadak–, pero se alejó poco a poco del grupo a medida que este se iba decantando por sonidos del punk-rock anglosajón. En 1995 fundó el estudio Azkarate junto a Jonan Ordorika y Amaia Apaolaza. Ahora está cerrando ese ciclo: ha sacado los trastos del estudio y se ha adentrado “en el mundo de la maternidad”, cuidando de Iara. Con todo, no tiene tiempo de aburrirse.
Las canciones
Kepa Matxain: El disco recoge nueve temas compuestos entre 1983 y 1993. ¿Qué te ha parecido la selección que ha hecho Mikel Acosta? (Nota de edición: esta semana Kepa Matxain le ha entrevistado. «La música es un aprendizaje continuo, siempre estoy escuchando cosas nuevas«. Es un irunés de 1986 que lleva casi una decena de años viviendo en Londres).
Ángel Katarain: Me sorprendió su propuesta. Hacer este tipo de música ha servido sobre todo para perder dinero y amontonar en casa paquetes con música que no puedes dar salida, pero parecía que estaba en su salsa y con lo difícil que es encontrar gente motivada en estos tiempos no iba a ser yo quien le desanimara –si buscas «antiguallas» ahí tienes, cuarenta y dos canciones viejas–. Él hizo dos versiones, y me parecieron bien las dos. La primera, un poco larga, no entraba en vinilo; tuvo que acortar y, al final, quedaron seleccionados nueve temas. En los primeros –de 1983 a 1986– todo está grabado micro en mano sobre cinta magnética, a base de tocar y repetir, sin muchas ayudas técnicas. Ahí la electrónica pesa poquito: usé viejas cajas de ritmos y teclados de época. Los siguientes, por contra, están grabados en digital y la electrónica y los secuenciadores empiezan a tener más peso tanto en la grabación como en las mezclas. A la hora de hacer el master, hemos tenido que trabajar sobre todo la conexión sonora entre lo más y lo menos viejo. De todas maneras, Mikel ha priorizado en la selección los temas más antiguos.
KM: Me da la impresión de que la portada del ilustrador Jon Zabaleta refleja bien tu mundo musical.
AK: Ha captado muy bien la idea. Mikel le habrá contado algo… Ese rollo del tipo metido en su cápsula, era tal cual. Vivíamos en nuestra burbuja, a ser posible que no nos vieran, pero con los cañones apuntando siempre hacia fuera [risas]. Mi abuelo, que tenía frases muy pintorescas, siempre me decía: «Ángel, la mitad del mundo está de ojos hacia fuera, y la otra mitad de ojos hacia dentro». Mi música era interior, de ojos hacia dentro. No me gustaba el descontrol ni el alboroto, y el rock, el punk, incluso el folk tradicional los relacionaba con eso. Eran mensajes hacia el exterior. Casi todos los grupos que me tocaba grabar cuando empecé a trabajar en la discográfica IZ, aunque eran de estilos muy diferentes, eran grupos hacia fuera, y eso tiene mucho que ver con publicar, vender y ese tipo de cosas. Yo nunca he tenido interés por sonar fuera de mi cápsula. Disfrutaba haciéndolo, pero sólo pensar en la promoción me ponía malo. No sé, hay gente que lo hace con su música, y me parece muy bien, pero a mí no me apetece.
KM: Son nueve temas que nada tienen que ver con las tendencias dominantes aquella época en el contexto vasco. ¿Qué influencias tenías?
AK: Muy pocas. No lo sé. A veces, hacía las canciones y luego Kaki Arkarazo me buscaba las referencias. Él estaba muy interesado en la música foránea. Me decía: «Hay un grupo que se parece a eso que tú haces», y me traía el disco de The Residents. O escuchaba una canción mía y me decía: Me recuerda a Brian Eno, o a Cocteau Twins, o es calcado a Laurie Anderson. Y me daba cuenta de que había conexión entre esos artistas y yo, pero no los había oído hasta entonces. Es verdad, casi nadie inventa nada, en el mundo siempre hay alguien que ha hecho algo muy parecido antes que tú. El único disco que no sé cómo llegó pero rebotó en casa sin parar fue Timewind de Klaus Schulze. No sé cómo funciona la mente, si lo que uno escucha luego se refleja en el exterior, pero nunca he intentando eso de «voy a ver qué hace este ahora para ver si consigo impregnarme de esa onda». No he tenido ese interés ni esa necesidad. Yo me encontraba la canción. Por la mañana, mientras estaba grabando como técnico para otros en el estudio, ya me empezaba a resonar la música que iba a grabar para mí por la noche.
KM: Creabas casi sin ponerte a ello.
AK: Me venían las melodías a la mente y, si no tenía una grabadora a mano, desaparecían. Bob Dylan decía: “La música está ahí, tiene experiencia propia, y sólo espera que alguien la vea y la escriba”. Y creo que tiene bastante razón. No es algo que hagas sólo tú. La canción se muestra de pronto, como parte de un puzle que vas atrapando en el aire y articulando, te envuelve y tú la canalizas hasta la grabadora. Si no lo conseguía yo solo, echaba mano de Kaki o de Amaia Apaolaza –que más tarde se embarcaría conmigo como mano derecha en todo–. Yo les tarareaba melodías y ellos -que manejaban mejor la técnica musical- la sacaban rápido con la guitarra o con el teclado. También me ayudaron algunos otros músicos que esos días andaban por el estudio. Si se quedaban hasta tarde, corrían el riesgo de tener que participar [risas].
Pero llega un día en que la música ya no te envuelve, no te rodea, y no tienes nada que canalizar –y si lo intentas vas a hacer una chapuza–. En aquella época estaba rodeado de sonidos y era imposible no hacer canciones. Es como cuando te enamoras de alguien y no puedes parar hasta que se lo sueltas. Estaba deseando que llegara la noche porque tenía miedo de que se me escapara. Cuando me quedaba solo en el estudio, veía qué instrumentos quedaban a mi alrededor, cogía algunos y empezaba. Hasta que no eyaculaba, no paraba. A veces me pasaba toda la noche sin dormir haciendo un tema. Al día siguiente, esperaba a terminar la jornada y mezclarlo. Para mí lo más importante era sacarme la canción de encima. O la saco o mañana será otra cosa. No podía permitir que se esfumara.
KM:Me sorprende que las canciones te vinieran como de la nada. [Nota de edición: esta pregunta y la respuesta no están en la entrevista en euskera]
AM: Sí, es curioso, pero a la vez normal, es como si algo te hiciera verlas. Lo he contrastado y no es nada único, te contarán cosas parecidas casi todos los artistas, cada uno a su manera: unos en sueños, otros despiertos, una ventana se abre de pronto en la cabeza y están ahí las notas, la pintura, la danza, la escultura que vas a moldear… Llevo más de veinte años sin crear porque mi ventana se cerró. A veces vas paseando y te viene una melodía. Pero no estoy hablando de eso, sino de no poder evitar crear, porque tienes que eyacularlo. Todas las canciones de este disco tienen eso en común.
KM: Excepto Sala 5 y Sala 3, canciones grabadas en las cuevas de Arrikrutz.
AM: Sí, a las cuevas íbamos a ver qué ocurría. Llevaba mi primera cámara de vídeo, y con ella grababa también audio. Interpretábamos como en una especie de txalaparta golpeando en las estalactitas de la gruta. Era otro mundo interior y sonoro. Además de Arrikrutz, la cueva de Troskaeta en Ataun era también mi entorno propio. Allí escondía hasta reservas para futuros exilios que ya intuía. Muchas veces me iba solo, y me tiraba una semana haciendo fotos iluminando con carburo linternas y velas, escuchando las gotas sobre las estalagmitas, sin reloj, comiendo de latas, sin saber si era de día o de noche. Llevé allí a mucha gente en un intento de compartir aquellas sensaciones… es que mi casa era aquello. La casa de Ordizia era donde correteaban mis padres y mis nueve hermanos. Toda la locura y la alegría que puede proporcionar tanta familia. Pero también la policía por la noche, las manifestaciones, las huelgas generales, las detenciones y retenciones constantes… A veces llegaba tarde al estudio, porque estaba dando vueltas por Donostia dentro de algún furgón policial.
Los años de plomo
KM: ¿Por la familia?
AM: Claro. Para entonces, Yoyes ya estaba en el punto de mira, y los familiares y amigos de la gente exiliada estábamos vigilados. Yo me cogía un tren para ir a ver una exposición en Madrid, y me detenían en el mismo tren, o al llegar. Y si no en los controles, o al ir al estudio, o al salir de él. Al ir o venir de los conciertos. Todo el tiempo. Me daban hostias por todos lados y de todos los colores: primero los grises, luego los marrones y los verdes también. Cuando tú vives así, esquivando calles, acojonado, llega un momento en el que te conviertes en acero que camina, generas una especie de coraza que te aísla de ti mismo. Yo me metía en una especie de escafandra, y veía el mundo desde ahí dentro. Mi cuadrilla y amigos eran gente muy vinculada a la causa vasca y a su música –la mitad terminaron presos o exiliados–. Pero también tenía mi propia camarilla de hippies oscuros medio extraterrestres amantes de Syd Barret, Frank Zappa o David Bowie. Era gente que le gustaba la música pero que no estaba en los círculos creativos vascos. Muchos acabaron pillados por la droga o más tarde por el sida.
A la policía la tenía muy despistada, porque yo entonces tenía melena y un abrigo de pelo negro viejo que daba miedo, y no sabían si era de ETA o yonqui o qué. A los sesenta años sigo viendo el mundo desde esa burbuja. Quizás ahora sea más fina, pero sigo mirando como desde otro lugar. Pero la escafandra me la puse en aquella época –en defensa propia, claro–. Necesitaba algo para que cuando me dieran un mamporro me llegara con menos intensidad al cerebro, y me quitara el miedo a salir.
Crédito de la fotografía: Ángel Katarain. Foto de juventud.
KM: Pero, al mismo tiempo, tienes buenos recuerdos de aquella época…
AM: Vivíamos acojonados, pero a la vez éramos muy felices. Y había muchos incentivos positivos: la libertad, el rollo hippie existencial, las montañas… ya en nuestras acampadas nocturnas discutíamos sobre si los taoístas eran mejor que los budistas y al revés, sobre las enseñanzas de Carlos Castaneda, sobre las drogas –si te metes este hongo irá a esta zona del cerebro–, sobre la mescalina, ácidos y todo lo que tocaba para la investigación de nosotros mismos. Pero yo no me fumaba ni un canuto, porque veía cómo les afectaba a mis amigos. Yo me drogaba con el pedo que les subía a ellos. Y los llevaba al monte, a las cuevas, buenos lugares para soñar y evaporar la mente. Desde allí el mundo real parecía un cómic sin gracia y lleno de estiércol.
A los días, como aterrizando de un globo, bajábamos al pueblo, y todo eran movilizaciones, huelgas generales. Yo era muy partidario de la independencia personal, pero no me importaba demasiado la independencia de las naciones. ¿Qué eran las naciones? Me sentía un poco ajeno a ese mundo. Todas las fronteras del planeta se han hecho con guerras y sangre, ¿y querían poner más aquí? Me parecía muy bien espantar a los policías que me perseguían, pero no estaba muy en sintonía con esa dinámica de la izquierda vasca. Tampoco era contrario a ello, y si había que ayudar se ayudaba, pero en el fondo me daba un poco bastante igual –cuando me invitaban a actividades les decía que yo iba por libre–. Era amigo de gente que se repudiaba entre sí, pero es que yo me sentía bien con cualquiera que tuviera la mente abierta. Desde mi burbuja algo me decía: aquí sí o aquí no te puedes quedar. Siempre me he acercado a personas que sintonizan conmigo en alguna mecánica. No se elige a los amigos por sus ideas o pensamientos, sino por una especie de vibración que no se sabe qué es, pero con la que sintonizas.
KM: Seguramente funciona más bien a la inversa: uno acaba pensando lo que piensa por las personas de las que se ha rodeado…
AM: Sí, es a la inversa. Pero cuando eres joven sueles pensar que estás con amigos porque piensan igual que tú. Yo rápidamente me di cuenta de que no, porque convivía a diario en el estudio de grabación con gente que políticamente o musicalmente estaban en las antípodas y no se aguantaban entre sí. Desde niño, antes de salir de casa, tuve que aprender a convivir con ideas contrapuestas. Al final, te das cuenta de que hay conexiones que no tienen nada que ver con las ideas, y que son más fuertes, y que a la larga son más eficientes, porque van cambiando a las personas. Hay algo ahí que tiene que ver con la amplitud de miras. Hay gente que tiene las miras más amplias, y otra más estrechas. Hay gente que aún teniéndolas muy estrechas, tú sabes que se van a abrir. Lo notas, esa persona con el tiempo se va a abrir y va a saber contrastar sus mundos. Hay otros que sientes que no se abrirán nunca, auténticos cabestros, algunos hasta simpáticos y nobles, pero otros son almas nocivas que te aspirarán hasta la última gota de energía y tienes que apartarte rápidamente. Pero aquellos de mente abierta no importa qué pensamiento puntual tengan, porque su visión va a ir a más sin necesidad de que tú los ayudes. Y hasta te pueden aportar desde esa diferencia.
Yoyes 1986
KM: El día que mataron a Yoyes te encerraste en el estudio y pasaste toda la noche componiendo. ¿Cómo recuerdas lo ocurrido?
AM: Primero te comentaré lo ocurrido para mí en la Euskadi de esos años. Aunque sea doloroso, no es demasiado especial: obedece a ciclos universales que se dan en la historia una y otra vez. Todas las dinámicas del hombre contienen aciertos y errores. Las gentes de mente abierta reconocen el error, mejoran, evolucionan… Los cabestros no. Y cuando estos empiezan a ser más, o a manipular a la mayoría del grupo, empiezan los procesos de deterioro colectivo. Lo estamos viviendo hoy mismo a otro nivel en muchas partes del planeta. Estos movimientos, por razonables o inspiradores que hayan podido ser en sus inicios, a veces van cerrando gradualmente los límites de su visión hasta entrar en procesos de degradación fatales. Espirales del sinsentido que arrasan todo a su paso y terminan devorando hasta su propia carne, condenando su futuro como organizaciones a la extinción. Sólo después de muchos años vuelve una visión colectiva desde un ángulo diferente y sentimos como totalmente incomprensible que aquello pudiera haber ocurrido. ¿Cómo contarlo a nuestros hijos? Llegarán a pensar que estábamos mal de la cabeza. Quizás estos mismos hijos estén ya en otro ciclo, inmersos, ciegos, en una sucia espiral de algún tipo que los envuelve totalmente y aceptan como normal. Vamos, que no aprendemos y repetimos las cagadas una y otra vez.
Semanas antes del asesinato había conversado en San Sebastián con ella y ya estaba al tanto: la última neurona había abandonado ya por hastío la mesa donde se decidía sobre la vida y la muerte en las entrañas de ETA. Ella temía por su vida. Para mí era una exageración impensable: cabestros sí, pero tantos o para tanto, no. Los creía conocer, y se lo hice saber, pero a los pocos días comprobé que ella tenía razón. El momento te llena de rabia y tristeza contra no sabes ni qué. No repudias al ser, repudias al universo entero porque sientes que se volvió de golpe contra ti. El cristal de tu burbuja se empaña, la imagen desaparece y los pies no obedecen. Las seis canciones de piano del disco Yoyes 1986 nacieron esa noche, sin luz. Sentarme frente al Kawai que teníamos en IZ y grabar, grabar y más grabar. Muy despacio, sin poder o sin querer moverme de allí. Todo seguido. Unos días después seleccioné las mejores partes y añadí unos efectos puntuales a la base principal.
La creatividad desaparece
KM: ¿Cuándo empezaste a dejar de hacer canciones?
AM: Creo que tiene mucho que ver con las vidas más o menos aburridas que llevamos todos. Desde 1993 empecé a pensar más de ojos hacia afuera y abandoné poco a poco esa mirada interior en la que tanto insistió mi abuelo. Había que pagar al banco, se acabó el tiempo para uno mismo. Me embarqué con Amaia Apaolaza y Jonan Ordorika en la aventura del estudio de Azkarate entrando en en el mundo del sonido de manera más profesional: sonorizando y grabando todo tipo de eventos, giras, viajes, y el trabajo se convirtió en primordial. Es curioso: uno de los motivos para esa aventura era que no quería depender de nadie para grabar mis canciones, y sí, grabamos muchas canciones a muchos artistas, pero las mías no volvieron. La creatividad se acerca a la incertidumbre, y aquellos primeros años de los 70 y los 80 fueron tiempos de incertidumbre total: no sabías si mañana ibas a comer, si ibas a estar detenido para terminar flotando en algún río, o si los rusos y los americanos iban a soltar la bomba atómica… Vivíamos despidiendo familiares, amigos que iban presos, se exiliaban o morían, inmersos en la posibilidad de que en cualquier momento podíamos no estar. Cuando te acercas poco a poco al mundo de la seguridad y te embulles en lo cotidiano, la creatividad te mira y te dice: «me voy hacia alguien que esté más inquieto que tú». Yo lo he sentido así.
KM: Ahora que vivimos tiempos de incertidumbre, igual es un buen momento para volver…
AM: Sí, quizás estos confinamientos nos despierten a todos un poco y nos traigan visiones nuevas. No sé, veo mucho zombi miedoso por ahí. Yo continúo minimizándome. Estos días estoy desalojando definitivamente de trastos el estudio. Al pasar de tres plantas en Azkarate llenas de artistas a una habitación con un portátil junto a una cama, un par de altavoces y una niña con sus muñecas, veremos qué ocurre. A ver si con sesenta y picos tacos la creatividad me pilla en posición receptiva. Igual se acerca cuando Iara se aleje. O igual no vuelve nunca. No pasa nada –estoy contento con lo que me dejó en su día y ya no la espero–. En la vida, si tu mirada es abierta, siempre hay sorpresas nuevas, historias y mundos apasionantes por descubrir, y yo siempre estoy enredando en algo.
Por si acaso, he guardado en el fondo de mi armario ropero unos cables, el teclado y algunos cacharros que suenan.
Subido originalmente al blog Pedradas en las Voces Amigas de Javier Ortiz: Ángel Katarain: «Estaba rodeado de sonidos, y era imposible no hacer canciones».