Aunque no estoy de vacaciones, no he pasado por aquí porque me da pereza escribir. Sin embargo, hoy he encontrado la excusa perfecta.
Estoy leyendo con más lentitud de la debida la tercera entrega de los Diarios de Rafael Chirbes: A ratos perdidos 5 y 6. Me quedan unas trescientas páginas que quiero terminar la próxima semana, aunque me va a dar mucha pena que se acabe el libro.
Terribles sus dudas antes de parir Crematorio, sus depresiones, esas noches en vela. Dice que no hace nada, pero no para de leer y de anotar sus impresiones en sus cuadernos. Da también cuenta de algunos escarceos erótico-festivos. La relación con Paco, una persona que conoció en Valverde de Burguillos y que vino con él a Beniarbeig: le ayudaba con las labores caseras, pero Paco tuvo serios problemas de salud a partir del 2009, más o menos, y eso le genera a Rafa trastornos de todo tipo, porque Paco se vuelve una persona dependiente a la que hay que dejar con alguien cuando Chirbes viaja.
Esta tarde he llegado a lo que escribió el 1 de mayo de 2010. La víspera, el 30 de abril, había estado en San Sebastián en el homenaje a Javier Ortiz. Páginas 693 y 694. Dice así:
Patética jornada en San Sebastián, donde asistí a un homenaje a Javier Ortiz, añorado interlocutor que falleció el 29 de abril del pasado año (nota: la fecha correcta es el día 28). No me hace mucha gracia exhibir en público la necrofilia, pero cómo negarse a la solicitud de su viuda, Charo. Aunque lo malo no ha sido el impudor que este tipo de actos siempre parece que acaba mostrando, ça va de soi, ha sido peor el estado físico en que me he encontrado durante todo el viaje: el vértigo apenas me permitía sostenerme en pie. Al empezar a hablar, me quedé en blanco. No sabía por donde salir. Estuve a punto de levantarme de la mesa. Todo me daba vueltas. Parecía que iba a caerme. Conseguí recuperarme, hablar con una rabia contra mí mismo que el público tomó por emoción, cuando no era más que un esfuerzo voluntarista para superar el momento. La gente aplaudió. Fue espantoso. Como fue espantosa la cena, en la que hablé por los codos para espantar el miedo, estaba asustado, temía caerme, me agarraba con disimulo a la mesa, y, de vuelta al hotel, me apoyaba en cuanto me parecía sólido. Cada vez me resultan más evidentes mis limitaciones. Solo me sostengo cuando estoy en casa, donde el mareo es irresponsable, no tengo que darle explicación a nadie sobre si permanezco de pie, o si prefiero estar tumbado en la cama. Llevo los vértigos como se lleva un vicio secreto del que, al final, por las propias torpezas que el miedo provoca, acaba enterándose todo el mundo. Cuando estoy en presencia de alguien, me pongo nervioso pensando en que va a sobrevenirme, y solo con ese pensamiento se agravan los síntomas, así que necesito explicarlo continuamente: no se preocupen ustedes si ven que me tambaleo, es normal; no os preocupéis, nada grave, tengo vértigo, pero es crónico, no pasa nada. Pero sí que pasa, claro que pasa: me inmoviliza, y, por debajo de esa especie de inconsciencia con la que trato o enfrento cuanto me concierne, me preocupa, me hace sospechar de mí mismo, de que hay algo en mi cuerpo que no funciona, algo que debería permanecer discretamente oculto y el vértigo saca a la luz a mi pesar, porque el propósito es disimular siempre, disimular también ante ti mismo hasta que lo que sea que afecta al cuerpo salga a la luz y llegue lo irreparable. Entonces, ya veremos si hay que ir al hospital, o qué hago. Pero, por el momento, la actitud de disimulo, sensación de fin que cubro con un velo pensando que así no va a verse. Fingidor profesional.
Hasta ahí cómo vivió Rafa su primera intervención y la posterior cena.
Afortunadamente, tenemos ese momento grabado en vídeo.
Lo transcribí en este apunte publicado pocos días después de su muerte en agosto de 2015: Rafael Chirbes en el homenaje a Javier Ortiz de abril de 2010.
Después del acto, Jon Benito le hizo una entrevista para el periódico Berria. No la he encontrado en la red, pero sí la traducción que hice al castellano: Rafael Chirbes entrevistado por Jon Benito.
Solo quiero añadir que leáis a Chirbes. Si podéis, comprad sus libros. Si no podéis, por falta de dinero o de espacio en casa, id a la biblioteca más cercana.